Era alrededor de la sexta hora cuando las tinieblas se cernieron sobre toda la tierra, y duraron hasta la novena hora.
Hacia la hora novena, Jesús clamó a gran voz diciendo,
“Eli, Eli, ¿lama sabactani?”
Lo cual, traducido significa,
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Y algunos de los que estaban allí, al escucharlo, dijeron,
‘Él está llamando a Elías’.
Después de esto, Jesús supo que todas las cosas estaban terminadas y que las Escrituras se habían cumplido. Él dijo,
“Tengo sed”.
Había una vasija llena de vinagre, y uno de ellos corrió, cogió una esponja, la llenó de vinagre, la puso en una caña de hisopo y la acercó a la boca de Jesús.
El resto de los que estaban alrededor de la cruz dijeron,
‘A ver si viene Elías a salvarle’.
Y cuando Jesús hubo recibido el vinagre, Él volvió a gritar a gran voz y dijo,
“Está Consumado. En tus manos encomiendo mi espíritu”.
Y habiendo dicho estas palabras, Él inclinó la cabeza y entregó Su espíritu.
E, inmediatamente, el velo del templo se rasgó en dos pedazos, por la mitad, de arriba hasta abajo.
Y la tierra tembló, y las rocas se partieron en pedazos, y se abrieron los sepulcros y resucitaron muchos cuerpos de los santos que habían muerto, y ellos salieron de los sepulcros y entraron a Jerusalén y se aparecieron a muchos.
Cuando el centurión que estaba de pie vigilando a Jesús, lo vio entregar Su espíritu, y sintió y vio el terremoto, y todo lo demás que estaba sucediendo, él sintió miedo. Él glorificó a Dios, diciendo,
‘Ciertamente, éste era un hombre justo. Éste era el Hijo de Dios’.
Y la multitud que se reunió para contemplar la imagen de Jesús muerto en la cruz, se fue a casa golpeándose en el pecho de dolor.
Y todos los conocidos de Jesús estaban allí en la cruz, y muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea, entre ellas María Magdalena, y María la madre de Santiago y de Josés y Salomé. Habían servido a Jesús y a los discípulos.