Jesús les dijo,
“No guardes tesoros para vosotros aquí en la tierra, donde la polilla y el óxido consumen y donde los ladrones entran y roban.
Guardad un tesoro en el cielo, donde no hay polillas que lo consuman, ni óxido que lo destruya, ni ladrones que entren a robar. Donde esté vuestro tesoro, allí es donde estará también vuestro corazón.
La lámpara del cuerpo es el ojo. Si vuestro ojo se centra en las cosas eternas, vuestro cuerpo entero estará lleno de luz. Pero si vuestro ojo se concentra en las cosas malas, vuestro cuerpo estará lleno de tinieblas. Y esa oscuridad es grande.
Nadie puede servir a dos señores, pues o bien odiará a un señor y amará al otro, o bien será leal a un señor y despreciará al otro.
No podéis servir a Dios y a las riquezas terrenales.
La conclusión es ésta: no os angustiéis por vuestra vida, por lo que coméis o bebéis o por la ropa que lleváis. ¿No es la vida algo más que la comida, el cuerpo y la ropa?
Mirad las aves del cielo. No plantan ni cultivan, ni acumulan provisiones en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois mucho más valioso que los pájaros?
¿Quién de vosotros, por estar ansioso, puede añadir un minuto a la duración de vuestra vida? ¿Y por qué os preocupa lo que lleváis puesto?
Considerad los lirios del campo y cómo crecen. No trabajan ni cosen ropa y, sin embargo, ni siquiera Salomón, en toda su gloria, iba vestido como uno de ellos.
Si Dios se ocupa de vestir a la hierba de los campos, que hoy está aquí y mañana se echa al horno, ¿no se preocupará aún más de vestiros a vosotros?
No os inquietéis diciendo: “¿Qué comeremos?” o “¿Qué beberemos? ¿Cómo nos vestiremos? Éstas son cosas que buscan los gentiles.
Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.
Pero debéis buscar primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. No os afanéis por el mañana, el mañana se cuidará de sí mismo.
Ya hay suficientes problemas en un día como para añadirle problemas prestados de mañana”.