A la mañana siguiente, cuando Él regresaba a Jerusalén, Jesús vio una higuera junto al camino.
El árbol tenía hojas, lo que sugería que también debía tener frutos. Cuando las higueras son estériles, no tienen hojas.
Todas las variedades de higueras a excepción de una, estaban fuera de temporada, lo que hacía aún más deliciosa la posibilidad de encontrar un higo.
Jesús se acercó al árbol y lo inspeccionó en busca de frutos. Cuando Jesús no encontró más que hojas, maldijo al árbol y dijo,
“Nadie volverá a comer fruto de este árbol”.
La higuera se secó inmediatamente.
Después de que ellos llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el templo y empezó a derribar a las mesas de todos los cambistas y de los que vendían palomas para el sacrificio.
Jesús no permitía que nadie llevara mercancías por el templo.
Jesús les dijo,
“¿No está escrito que mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? ¿Por qué la convertís en una guarida de ladrones?”.
El sumo sacerdote y los escribas oyeron lo que dijo Jesús y querían destruirle, pero ellos le temían.
Jesús empezó a enseñar diariamente en el templo. Pero los dirigentes religiosos y los hombres con autoridad empezaron a tramar maneras para matarlo.
La gente común estaba pendiente de cada palabra que decía Jesús.