Seis días después, Jesús llevó a Pedro, Santiago y Juan a una montaña donde pudieran estar solos y orar.
Mientras se encontraban orando, las ropas que Jesús llevaba empezaron a brillar intensamente, y se transfiguró ante ellos.
Su rostro brilló como el sol y Sus ropas se volvieron blancas como la luz brillante.
Al poco rato aparecieron con Jesús otros dos hombres, Moisés y Elías, y empezaron a hablar con Jesús.
Los dos hombres tenían también un aspecto glorioso y hablaban de la muerte de Jesús y de lo que Él iba a realizar en Jerusalén.
Los tres discípulos lo vieron y se quedaron asombrados y asustados. Pedro, sin saber lo que estaba diciendo en realidad, dijo,
“Construyamos tres tabernáculos, uno para ti, otro para Moisés y otro para Elías”.
Mientras Pedro seguía hablando, una nube brillante se posó sobre ellos y tuvieron mucho miedo. Una voz salió de la nube y dijo,
“Este es mi Hijo amado, y estoy muy complacido con él; escuchadlo”.
Los discípulos cayeron sobre sus rostros de miedo. Jesús tocó a cada uno de ellos y les dijo que se levantaran y no tuvieran miedo.
De repente, los discípulos miraron a su alrededor. Moisés y Elías se habían ido y sólo ellos permanecían con Jesús.
Mientras bajaban de la montaña, Él les dijo a los tres que no debían contarle a nadie hasta después de que Él hubiese resucitado de entre los muertos.
Los tres discípulos obedecieron a Jesús y se lo callaron, pero se preguntaron qué quería decir Jesús cuando dijo que resucitaría de entre los muertos.
Más tarde, Sus discípulos le preguntaron por qué los escribas seguían diciendo que Elías debía venir antes que el Mesías.
Jesús les dijo,
“Sí, es verdad que Elías debe venir primero para restaurar todas las cosas. Pero yo os digo que Elías ya ha venido, y no le reconocieron”.
Los discípulos comprendieron que Él estaba hablando de Juan el Bautista.