“Voy a deciros una verdad muy importante: el que cree en mí tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida.
Vuestros padres comieron maná en el desierto, pero todos acabaron muriendo.
Yo soy el pan vivo que baja del cielo y, una vez que el hombre lo coma, no morirá jamás, sino que vivirá para siempre. El pan que yo doy es mi carne entregada para la vida del mundo”.
Los judíos empezaron a discutir sobre el significado de estas misteriosas palabras,
“¿Cómo puede un hombre darnos a comer su carne?”
Jesús les dijo,
“De nuevo, os digo una verdad muy importante: A menos que comáis la carne del Hijo del hombre y que bebáis mi sangre, no tendréis vida.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día.
Porque mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él.
Yo vivo porque el Padre vivo me ha enviado. Lo mismo ocurre con la persona que participe de mí, aquel vivirá gracias a mí.
Éste es el verdadero pan que desciende del cielo. A diferencia del pan que comieron vuestros padres en el desierto y murieron, la persona que coma este pan vivirá para siempre.”
Estas son las cosas que Jesús enseñó en la sinagoga mientras estuvo en Cafarnaúm.
Muchos de los seguidores de Jesús, aparte de Sus discípulos, se ofendieron al oír esta enseñanza.
Jesús sabía que ellos estaban refunfuñando y les dijo,
“¿Esto os hace tropezar? ¿Qué pasaría si vosotros vierais al Hijo del Hombre ascender al lugar de donde vino?
Es el Espíritu el que da la vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he hablado son espíritu y vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen”.
(Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quiénes lo rechazarían).
Jesús les dijo,
“Esta es la razón por la que os dije que nadie puede venir a mí a menos que el Padre le revele la verdad y le atraiga hacia mi”.
Después de esto, muchas personas volvieron a sus casas y dejaron de seguirlo.
Jesús llamó a Sus doce discípulos y les preguntó,
“¿Vosotros también os queréis ir?”
Respondió Simón Pedro,
“Señor, ¿a quién iríamos? Tú eres el que tiene palabras de vida eterna. Creemos en ti y sabemos que eres el santificado de Dios”.
Jesús les respondió,
“¿No os elegí a ustedes doce, y uno de vosotros es un diablo? Hablaba de Judas, el hijo de Simón Iscariote, pues era uno de los doce que traicionaría a Jesús”.