Era la tercera hora y ellos lo crucificaron a Él.
Había dos hermanos, ambos ladrones y criminales, uno al lado derecho y otro al lado izquierdo de Jesús.
Jesús estuvo colgado en el centro de una cruz.
Y Jesús dijo,
“Padre, perdónalos porque no saben lo que están haciendo”.
Los soldados habían tomado los vestidos de Jesús y los habían repartido entre los cuatro. Cuando llegaron a Su túnica, que estaba tejida de arriba hasta abajo y no tenía costuras, ellos dijeron,
‘No la destrocemos, sino echemos a la suerte a ver quién de nosotros se quedará con ella’.
Cuando hicieron esto, ellos cumplieron la Escritura que decía,
“Se repartieron mis vestidos entre ellos, y sobre mi vestidura echaron la suerte”.
Pilato escribió un título que puso encima de la cruz. Que decía,
‘ÉSTE ES JESÚS DE NAZARET, EL REY DE LOS JUDÍOS’.
Estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Y todos los judíos que estaban en la ciudad, cerca del lugar donde Jesús fue crucificado, leyeron el título.
Los sumos sacerdotes y los judíos de Jerusalén fueron a Pilato y le dijeron,
No escribas que es el Rey de los judíos, sino escribe que Él dice que es el Rey de los judíos”.
Pilato les respondió,
‘Yo he escrito lo que he escrito’.
La gente se quedó mirando y, cuando ellos pasaban, ellos movían la cabeza diciendo,
“¡Ja! Aquí está el que va a destruir el templo y a levantarlo en tres días. Sálvate a ti mismo si eres el Hijo de Dios y baja de la cruz”.
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los gobernantes se burlaban y se mofaban de Él, junto con los escribas y los ancianos, diciendo,
‘Él salvó a otros, pero no se puede salvar asimismo. Si éste es el Cristo de Dios, su elegido, que baje de la cruz y lo veremos y creeremos en él. Él confió en Dios, que Dios le libre si él lo quiere, pues él dijo,
‘Yo soy el Hijo de Dios’.
Los soldados también se burlaron de Él, ofreciéndole vinagre y diciendo,
‘Si eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo’.
Los ladrones que estaban siendo crucificados con Jesús también le increparon. Uno de los criminales le insultó diciendo,
‘¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros’.
El otro ladrón, que también estaba siendo crucificado con Jesús, le dijo a su compañero de fechorías,
‘Nosotros merecemos morir, pero este hombre no ha hecho nada malo’.
Y luego le dijo a Jesús,
‘Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino’.
Y Jesús le dijo,
“La verdad es, que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
La madre de Jesús y su hermana, junto con María la mujer de Cleofás y María Magdalena, estaban paradas al lado de la cruz.
Cuando Jesús vio a su madre y al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo a Su madre,
“¡Mujer, mira, tu hijo!”
Y Él le dijo al discípulo,
“¡He aquí a tu madre!”
A partir de aquella hora, el discípulo acogió a María en su propia casa.