Más tarde, cuando estaba a punto de ponerse el sol, se reunió una gran multitud en torno a Jesús.
Jesús subió a una barca con Sus doce discípulos y les dijo que llevaran la barca a la otra orilla del mar.
Cuando se disponían a partir, un escriba se acercó a Jesús y le dijo,
“Maestro, te seguiré dondequiera que vayas”.
Jesús le dijo,
“Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
Después de esto, uno de los discípulos de Jesús le dijo
“Permíteme ir a enterrar a mi padre”.
Pero Jesús le dijo
“Sígueme; y deja que los muertos espirituales entierren a sus propios muertos”.
Jesús entró entonces en la barca que Sus discípulos habían preparado y se puso en marcha hacia la otra orilla del lago. Dejaron a la multitud en la orilla.
Mientras la barca navegaba hacia la otra orilla, Jesús se quedó dormido en la barca.
Mientras Jesús dormía, se levantó una gran tempestad de viento en el lago. Las olas empezaron a golpear la barca y a llenarla de agua.
Los discípulos se asustaron, hasta el punto de pensar que se perderían en la tormenta. Pero Jesús yacía dormido en la parte trasera de la barca.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le despertaron, diciendo,
“¡Señor, perecemos! Jesús se levantó y reprendió al viento, al mar y a las aguas embravecidas”.
Dijo al mar,
“Paz, estate quieta”.
Cesó la tormenta y se produjo una gran calma.
Jesús les dijo a Sus discípulos,
“¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Aún no tienes fe? Oh, tú que tienes poca fe”.
Los discípulos, todavía asustados, empezaron a maravillarse, diciéndose unos a otros,
“¿Quién es éste, que hasta el viento y los mares le obedecen?”