Los sumos sacerdotes y los fariseos reunieron un consejo. Ellos preguntaron,
“¿Qué debemos hacer? Este hombre hace muchos signos y milagros y, si le dejamos continuar, todo el mundo creerá en él. Entonces, vendrán los romanos y nos quitarán nuestros puestos de autoridad y nuestra nación”.
Pero el sumo sacerdote, Caifás, les dijo,
“¿Es que no sabes nada? ¿No crees que es mejor que muera un solo hombre a que perezca toda la nación?”
Caifás no se dio cuenta, pero no lo decía por sí mismo. Como él era el sumo sacerdote aquel año, en realidad estaba profetizando que Jesús iba a morir por la nación de Israel.
A partir de aquel día, los sumos sacerdotes y los fariseos empezaron a confabular cómo podrían dar muerte a Jesús.
Jesús, sabiendo esto, no caminaba abiertamente entre los judíos. Se fue a una ciudad llamada Efraín, cerca del desierto. Y allí Él se quedó con Sus discípulos.