Entonces Jesús dijo,
“si soy ascendido de la tierra, yo atraeré a todos los hombres hacia mí”.
Él dijo esto para indicar la clase de muerte que él debería tener.
La multitud le respondió a Él,
‘Hemos escuchado que el Cristo permanece para siempre, entonces, ¿por qué estás diciendo que,
El Hijo del hombre debe ser ascendido?
¿Quién es el Hijo del hombre?’
Jesús les dijo,
“La luz va a estar con vosotros únicamente por un rato más. Caminad, mientras tenéis la luz, para que las tinieblas no os superen.
Mientras vosotros tengáis la luz, creed en la luz, para que os podáis convertir en hijos de la luz”.
Después de decir esta cosas, Jesús los dejó y se escondió de ellos.
Aún cuando Él había realizado muchos signos y milagros entre ellos, ellos todavía no creían en Él. Ésto fue el cumplimiento de las palabras de la profecía de Isaías, quien dijo,
“¿Quién ha creído en nuestro testimonio? ¿a quién le han sido reveladas las sumas obras de Dios?
Esta era la razón por la que ellos no podía creer. Como lo dijo Isaías,
‘Él ha cegado sus ojos, y ha endurecido sus corazones.’
Algunos de los fariseos creían en Jesús, pero estaban temerosos de confesarlo públicamente porque temían ser expulsados de la sinagoga.
Ellos amaban más la gloria que venía del hombre de lo que amaban la gloria que venía de Dios.
Jesús gritó y dijo,
“Aquel que cree en mí, no solamente cree en mí, sino que también cree en el que me envió. Yo vengo como la luz del mundo de manera que quien crea en mí no vivirá en las tinieblas.
Si cualquier hombre escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque yo no vine para juzgar este mundo, sino para salvarlo. La persona que me rechaza y no recibe mis palabras, aquel tiene algo que le juzga. El mundo que yo hablo le juzgará en el último día.
Porque yo no hablé por mí mismo; sino por el Padre que me envió y me dijo lo que debo decir y qué hablar. Yo sé que su mandamiento es eterno. Las palabras que yo hablo son las palabras que él me ha dicho que hable”.
