Durante la última semana del ministerio de Jesús, antes de su muerte en la la Cruz del Calvario, hubo griegos convertidos que vinieron a celebrar la Pascua y la Fiesta de los Panes Sin Levadura.
Ellos se acercaron a Felipe, uno de los discípulos de Jesús, quien era de Betsaida de Galilea, y le preguntaron si los podría presentar a Jesús.
Felipe fue y le dijo a Andrés, y juntos, fueron y le dijeron a Jesús que los griegos convertidos deseaban conocerlo.
La respuesta a la pregunta que Felipe y Andrés hicieron a Jesús parece extraña, hasta que tú piensas en lo que Jesús sabía que estaba por acontecer. Escucha lo que dijo Jesús:
“La hora ha llegado para que el Hijo del hombre sea glorificado.
Escuchad cuidadosamente la verdad que estoy a punto de deciros, porque si un grano de trigo no cae en el suelo, permanece como está; pero, si el grano de trigo cae en la tierra y muere, dará mucho fruto.
Aquel que ama su vida la perderá, y aquel que pierda su vida en este mundo la conservará por la eternidad.
Si alguien me sirve, permitidle que me siga. En donde yo estoy, el siervo estará también. Cualquier hombre que me sirva, el Padre le honorará.
¿Qué debo decir? ¿Rescátame de esta hora?
Pero, esto es por lo que vine a este mundo.
En lugar de eso, Padre, glorifica tu nombre”.
Después de que Jesús dijo esto hubo una voz que salió del cielo diciendo,
“Yo tengo ambos glorificados, mi nombre y glorificaré mi nombre de nuevo”.
La multitud que estaba parada cerca de Jesús lo escucharon y dijeron que retumbaba.
Otros dijeron que un ángel le había hablado a Jesús.
Jesús les respondió,
“Esta voz ha llegado para ustedes, no para mí.
Ahora, el juicio llega al mundo.
Ahora el príncipe del mundo deberá ser echado afuera.”
