Ellos le dijeron,
“Da gloria a Dios, no a Jesús, porque sabemos que él es un pecador”.
Respondió el hombre,
“Si es pecador o no, no lo sé, pero sí sé una cosa: era ciego y ahora puedo ver”.
Ellos le dijeron,
“¿Qué te ha hecho?”
Respondió el hombre,
“Te he contado una y otra vez lo que él hizo.
¿Quieres oírlo otra vez?
¿Te gustaría convertirte en uno de sus discípulos?”.
Los fariseos, después de oír esto, injuriaron al hombre y dijeron,
“Tú eres su discípulo, pero nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló a Moisés, no sabemos quién es este hombre”.
Dijo el hombre,
“He aquí un verdadero misterio. Él me ha abierto los ojos y, sin embargo, no sabes quién es.
Nosotros sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero si alguien es un verdadero adorador de Dios y hace su voluntad, él escuchará a ese hombre.
Desde que el mundo es mundo, nunca he oído hablar de un ciego de nacimiento al que se le abrieran los ojos y recibiera la vista.
Si Jesús no viniera de Dios, él no podría hacer nada”.
Los fariseos se indignaron y se lo dijeron al hombre al que Jesús había curado de la ceguera,
“Naciste en el pecado, ¿y presumes de enseñarnos?”.
Ellos lo sacaron.
Jesús oyó que lo despidieron de la asamblea, y fue a buscarle.
Jesús dijo al hombre,
“¿Crees en el Hijo de Dios?”
Él le respondió,
“¿Quién es él, Señor, para que yo crea en él?”
Jesús les dijo,
“Ambos le habéis visto y es él quien os está hablando en este momento”.
Dijo el hombre,
“Señor, yo creo”.
Entonces el hombre cayó de rodillas y adoró a Jesús.
Jesús resumió este incidente diciendo
“El Juicio vino a este mundo para que los que no podían ver ahora puedan ver, y los que pueden ver se hayan vuelto ciegos”.
Había fariseos cerca que oyeron lo que dijo Jesús. Ellos le preguntaron a Jesús,
“¿Estás diciendo que somos ciegos?”
Respondió Jesús,
“Si fuerais ciegos, no tendríais pecado. Pero como decís que veis, vuestro pecado permanece”.