Categoría: Capítulo 6 – De la Segunda a la Tercera Pascua

  • Viajando por Galilea

    Viajando por Galilea

    Después de esto, Jesús empezó a predicar y a llevar la buena nueva del reino de Dios a todas las ciudades y aldeas de Galilea. Sus discípulos estaban con Él.

    Jesús y Sus discípulos contaban con el apoyo de María Magdalena, la mujer a la que Jesús había sanado de los malos espíritus, Juana, la mujer del mayordomo del rey Herodes, Susana y muchas otras.

    Ellas le proveían comidas a los discípulos y les ayudaron a mantener su ministerio.

    Cuando Jesús entró en una casa para comer, la muchedumbre acudió a Él con tal entusiasmo y se apretujó tanto en torno a Jesús, que Él ni siquiera pudo comer.

    Los hermanos de Jesús y su madre fueron a intentar rescatar a Jesús. Les faltaba fe y creían que Jesús estaba siendo arrastrado por un celo religioso que ponía en peligro su seguridad.

    Pero Jesús siguió sanando y expulsando demonios. Ellos le llevaron a Jesús a un hombre poseído por el demonio que era sordo y ciego. Jesús lo sanó y el hombre recobró la razón y empezó a hablar y a ver.

    Las multitudes estaban asombradas y algunos empezaron a decir,

    “¿Será éste el hijo de David?”

  • La Unción de los Pies de Jesús

    La Unción de los Pies de Jesús

    Uno de los fariseos, llamado Simón, invitó a Jesús a su casa. Jesús aceptó y fue a casa del fariseo para comer con él.

    Una mujer que era conocida como pecadora se enteró de que Jesús estaba en la casa.

    Ella entró en la casa llevando un frasco de alabastro con perfume de ungüento. Ella se acercó al extremo del diván en el que estaba reclinado Jesús y se quedó llorando tanto que sus lágrimas mojaron los pies de Jesús.

    Entonces empezó a limpiar los pies de Jesús con sus cabellos, le besó los pies y se los ungió con el aceite perfumado.

    El fariseo se dijo a sí mismo,

    “Si este hombre fuera profeta, habría sabido que se trata de una mujer pecadora y no permitiría que ella lo tocara”.

    Jesús sabía lo que pensaba su anfitrión el fariseo y le dijo,

    “Simón, tengo algo que decirte”.

    dijo Simón,

    “Maestro, dime qué tienes en mente”.

    Jesús les dijo,

    “Un prestamista tenía dos deudores. Uno le debía 500 chelines y el otro le debía 50. Ninguno de los deudores podía pagar al prestamista, así que éste les perdonó ambas deudas. Ahora déjame que te haga una pregunta: ¿Cuál de los deudores querrá más al prestamista?”.

    Respondió Simón,

    “Yo supongo que al que más se le perdonó”.

    Entonces Jesús dijo,

    “Has dado la respuesta correcta”.

    Volviéndose hacia la mujer, Él le dijo a Simón,

    ¿Ves a esta mujer? Yo entré a tu casa y no me diste agua para lavarme los pies, pero ella ha mojado mis pies con sus lágrimas y los ha limpiado con sus cabellos.

    No me diste un beso de saludo, pero ella, desde el momento que entré a tu casa no ha dejado de besarme los pies.

    No ungiste mi cabeza con aceite, pero ella ha ungido mis pies con bálsamo.

    Os digo que sus pecados, que son muchos, le son perdonados porque amó mucho. Pero a quien poco se le perdona, poco amor se le muestra.

    Jesús dijo a la mujer,

    “Vuestros pecados os han sido perdonados. Vuestra fe oa ha salvado. Iros en paz”.

    Los que estaban sentados a la mesa con Jesús empezaron a decirse unos a otros,

    “¿Él quién se cree que es, para que pueda perdonar pecados?“.

  • Pregunta Desde la Cárcel

    Pregunta Desde la Cárcel

    Juan el Bautista había sido encarcelado por el rey Herodes.

    Los discípulos de Juan le mantenían al corriente de lo que Jesús enseñaba y de los milagros que realizaba.

    Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús,

    “¿Eres tú el Mesías que esperábamos o debemos buscar a otro?”

    Los discípulos de Juan el Bautista encontraron a Jesús y le preguntaron,

    “Jesús, ¿eres tú el Mesías que esperábamos o debemos buscar a otro?”

    Jesús no respondió inmediatamente a la pregunta.

    Mientras los discípulos de Juan el Bautista esperaban una respuesta, Jesús sanó muchas enfermedades, sanó a los apestados, expulsó a los demonios y le regresó la vista a los ciegos.

    Jesús se dirigió entonces a los discípulos de Juan el Bautista, que estaban asombrados por los milagros que acababan de presenciar con sus propios ojos, y les respondió diciendo,

    “Id y contad a Juan las cosas que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados a la vida y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva. Dile a Juan que dichoso es aquel que no encuentre motivos para no creer en mí”.

    Cuando los mensajeros de Juan se marcharon, Jesús empezó a enseñar a las muchedumbres acerca de Juan el Bautista.

    preguntó Jesús,

    “¿Qué habéis ido a mirar al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?

    ¿Un hombre vestido con ropa costosa?

    Los que van bien vestidos están en las casas de los reyes.

    ¿Qué esperabas ver? ¿Un profeta?

    Sí, te digo que Juan el Bautista era mucho más que un profeta.

    De Él escribieron los profetas cuando dijeron,

    ‘He aquí, que yo envío mi mensajero ante vuestra faz y él preparará el camino delante de ti’.

    La verdad que debéis comprender es que, de todos los nacidos de mujer, nunca ha habido un profeta más grande que Juan el Bautista, y, sin embargo, la persona más humilde y menos importante del reino venidero es más grande que él.”

    Toda la gente común que oyó esto alabó a Dios, reconociendo la sabiduría de Dios al enviar a Juan a bautizar con el propósito que los hombres se arrepintieran y se prepararan para el reino.

    Pero los fariseos y los letrados rechazaron por completo la idea de que el bautismo de Juan fuera necesario o importante.

  • Jesús Resucita al Hijo de la Viuda

    Jesús Resucita al Hijo de la Viuda

    Poco después de sanar al criado del centurión, Jesús, Sus discípulos y una gran multitud fueron a una ciudad llamada Naín.

    Cuando Él se acercó a la puerta de la ciudad, había una procesión fúnebre que sacaba de la ciudad a un muchacho muerto. El muchacho era hijo único de una viuda, y mucha gente de la ciudad estaba con ella.

    Cuando Jesús la vio, le dijo

    “No llores”.

    Él se acercó al ataúd y los que lo estaban lcargando se detuvieron.

    Jesús se acercó al ataúd abierto y habló al joven que estaba muerto. Y Jesús dijo,

    “Te digo que te levantes”.

    Y el muchacho que había estado muerto se sentó y empezó a hablar.

    Jesús presentó entonces el muchacho a su madre.

    Todos se llenaron de temor y glorificaron a Dios, diciendo,

    “Un gran profeta ha aparecido entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo”.

    La noticia de que el muchacho muerto había resucitado se extendió por toda Judea y más allá.

  • La Regla de Oro

    La Regla de Oro

    Jesús les dijo,

    “Tratad a los demás como os gustaría que tos trataran a vosotros. Ésta es la enseñanza de la Ley y de los Profetas”.

    “Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y ancho el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por esa puerta.

    Estrecha es la puerta y recto el camino que conduce a la vida, y son pocos los que lo encuentran.

    Protegeos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con piel de oveja, pero por dentro son lobos voraces.

    Por sus frutos los conoceréis. ¿Recogen los hombres uvas de un zarzal, o higos de los cardos? De la misma manera, todo buen árbol produce buenos frutos.

    El árbol corrupto produce frutos malos. El árbol que produzca frutos corruptos será cortado y quemado por el fuego.

    Por tanto, por sus frutos los conoceréis. El hombre bueno, producirá lo que es bueno, del tesoro de su corazón. El hombre malo producirá lo que es malo. De la abundancia del corazón habla la boca.

    No todos los que me llamen Señor entrarán en el Reino de los Cielos, sino sólo los que hagan la voluntad de mi Padre, que está en los Cielos.

    Muchos me dirán en aquel día del juicio final: ‘Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, no expulsamos demonios en tu nombre y realizamos muchas obras poderosas?‘.

    Les confesaré a ellos: ‘Nunca os conocí; apartaos de mí, obreros de la rebeldía’”.

    “¿Por qué me llamáis Señor y no hacéis lo que os he dicho que hagáis?

    Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, es como el constructor que cavó los cimientos profundamente en la tierra y los asentó sobre la roca sólida.

    Llegaron las lluvias y las inundaciones y los vientos soplaron y golpearon la casa, pero la casa permaneció sólida porque sus cimientos estaban construidos sobre la roca.

    Todo el que viene a mí y escucha mis palabras y no las pone en práctica es como el constructor que cavó los cimientos en la arena.

    Llegaron las lluvias y las inundaciones y soplaron los vientos y golpearon contra la casa, y la casa se derrumbó porque sus cimientos estaban construidos sobre arena.”

    Cuando Jesús terminó estas enseñanzas, las multitudes se asombraron porque les enseñaba como alguien con autoridad, no como sus escribas.

  • La Ley Referente al Juicio

    La Ley Referente al Juicio

    Jesús les dijo,

    “No juzguéis para que no seáis juzgados. Los juicios que hagáis serán los mismos juicios por los que seréis juzgados.

    Cualquier juicio que emitáis será el mismo juicio que recibiréis. No condenéis a los demás y no seréis condenado. Sed misericordiosos y recibiréis misericordia.

    Dad y se os dará, todo lo que necesitéis, apretado, sacudido, rebosando. Porque cualquier vaso de medir que uséis para dar a los demás, el mismo vaso de medir se usará para daros a vosotros”.

    Jesús les contó entonces una parábola a Sus discípulos,

    Les preguntó: ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo? El discípulo no es más grande que su maestro.

    ¿Y por qué miráis la pequeña astilla de sserrín que hay en el ojo de vuestro hermano y no consideráis la enorme viga de madera que hay en vuestro propio ojo?

    ¿Cómo podéis ayudar a sacar la astilla del ojo de vuestro hermano si tenéis una viga en vuestro propio ojo? Hipócritas, quitaros la viga de vuestro propio ojo para que podáis ver con claridad y sacar la astilla del ojo de vuestro hermano.No deis las cosas santas a los perros viciosos, ni tiréis vuestras perlas delante de los jabalíes, porque las pisotearán y luego se volverán contra vosotros para haceros daño.”