Anás envió a Jesús atado a Caifás, el sumo sacerdote. Y se reunieron en casa de Caifás todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas.
Los sumos sacerdotes y todo el consejo buscaban falsos testigos contra Jesús para poder darle muerte. Vinieron muchos testigos falsos, pero ninguno se puso de acuerdo, y no pudieron encontrar nada malo en Jesús.
Dijo uno,
Jesús dijo que podía destruir el templo de Dios hecho con manos y edificar otro no hecho con las manos en tres días’.
Pero ninguno de los testigos estuvo de acuerdo.
Finalmente, el sumo sacerdote se levantó en medio de Jesús y le dijo,
‘¿No vas a responder a ninguna de las acusaciones que estos testigos están formulando contra ti?’
Jesús guardó silencio y no respondió.
De nuevo, le preguntó el sumo sacerdote,
‘¿Eres tú el Cristo el Mesías, el Hijo del Bendito? Te exhorto por el Dios vivo, dinos si eres o no el Cristo, el Hijo de Dios’.
Jesús le dijo al sumo sacerdote,
“Habéis dicho que lo soy. Sin embargo, os digo que en el futuro veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del poder y viniendo en las nubes del cielo.”
El sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y dijo,
‘Él ha dicho una blasfemia. ¿Qué más testigos necesitamos? Vosotros habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece?
Respondieron los demás,
‘Él es digno de muerte’.
Y todos le condenaron a Él para ser digno de muerte.
Los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de Él y le golpeaban. Y algunos empezaron a escupirlo y a cubrirle el rostro y a preguntarle,
‘¿Quién te ha golpeado?’
Le golpearon con las manos y le hicieron muchas otras cosas denigrantes a Él.