Después de esto, Jesús empezó a predicar y a llevar la buena nueva del reino de Dios a todas las ciudades y aldeas de Galilea. Sus discípulos estaban con Él.
Jesús y Sus discípulos contaban con el apoyo de María Magdalena, la mujer a la que Jesús había sanado de los malos espíritus, Juana, la mujer del mayordomo del rey Herodes, Susana y muchas otras.
Ellas le proveían comidas a los discípulos y les ayudaron a mantener su ministerio.
Cuando Jesús entró en una casa para comer, la muchedumbre acudió a Él con tal entusiasmo y se apretujó tanto en torno a Jesús, que Él ni siquiera pudo comer.
Los hermanos de Jesús y su madre fueron a intentar rescatar a Jesús. Les faltaba fe y creían que Jesús estaba siendo arrastrado por un celo religioso que ponía en peligro su seguridad.
Pero Jesús siguió sanando y expulsando demonios. Ellos le llevaron a Jesús a un hombre poseído por el demonio que era sordo y ciego. Jesús lo sanó y el hombre recobró la razón y empezó a hablar y a ver.
Las multitudes estaban asombradas y algunos empezaron a decir,
“¿Será éste el hijo de David?”