Jesús les dijo,
“Tratad a los demás como os gustaría que tos trataran a vosotros. Ésta es la enseñanza de la Ley y de los Profetas”.
“Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y ancho el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por esa puerta.
Estrecha es la puerta y recto el camino que conduce a la vida, y son pocos los que lo encuentran.
Protegeos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con piel de oveja, pero por dentro son lobos voraces.
Por sus frutos los conoceréis. ¿Recogen los hombres uvas de un zarzal, o higos de los cardos? De la misma manera, todo buen árbol produce buenos frutos.
El árbol corrupto produce frutos malos. El árbol que produzca frutos corruptos será cortado y quemado por el fuego.
Por tanto, por sus frutos los conoceréis. El hombre bueno, producirá lo que es bueno, del tesoro de su corazón. El hombre malo producirá lo que es malo. De la abundancia del corazón habla la boca.
No todos los que me llamen Señor entrarán en el Reino de los Cielos, sino sólo los que hagan la voluntad de mi Padre, que está en los Cielos.
Muchos me dirán en aquel día del juicio final: ‘Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, no expulsamos demonios en tu nombre y realizamos muchas obras poderosas?‘.
Les confesaré a ellos: ‘Nunca os conocí; apartaos de mí, obreros de la rebeldía’”.
“¿Por qué me llamáis Señor y no hacéis lo que os he dicho que hagáis?
Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, es como el constructor que cavó los cimientos profundamente en la tierra y los asentó sobre la roca sólida.
Llegaron las lluvias y las inundaciones y los vientos soplaron y golpearon la casa, pero la casa permaneció sólida porque sus cimientos estaban construidos sobre la roca.
Todo el que viene a mí y escucha mis palabras y no las pone en práctica es como el constructor que cavó los cimientos en la arena.
Llegaron las lluvias y las inundaciones y soplaron los vientos y golpearon contra la casa, y la casa se derrumbó porque sus cimientos estaban construidos sobre arena.”
Cuando Jesús terminó estas enseñanzas, las multitudes se asombraron porque les enseñaba como alguien con autoridad, no como sus escribas.