Mientras Jesús caminaba por el mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón Pedro y su hermano Andrés, que remendaban sus redes para pescar.
Jesús les dijo,
“Seguidme, y os haré pescadores de hombres”.
Pedro y Andrés siguieron a Jesús.
Cuando Jesús se alejó un poco más, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Ambos estaban en sus barcas de pesca, no muy lejos de la orilla.
Jesús llamó a Santiago y a Juan para que vinieran y le siguieran.
Grandes multitudes se habían reunido en torno a Jesús para oírle enseñar y predicar la palabra de Dios mientras Él caminaba junto al mar de Galilea.
Jesús vio un par de barcas vacías cerca de la orilla. Él subió a una de las barcas, que pertenecía a Simón Pedro, y pidió a éste que empujara la barca un poco lejos de la orilla.
Jesús se sentó en la barca y empezó a enseñar a la multitud.
Cuando Jesús terminó de enseñar, dijo a Simón Pedro que subiera a la barca con sus redes y se dirigiera a aguas más profundas para echar las redes.
Simón Pedro dijo,
“Maestro, hemos trabajado duro toda la noche y no hemos podido pescar nada, pero si tú lo dices, echaré las redes como desees”.
Pedro hizo lo que Jesús le había pedido.
Cuando echaron las redes como Jesús les había dicho que lo hicieran, las redes empezaron a llenarse inmediatamente con tantos peces que empezaron a rasgarse. Ellos llamaron a sus compañeros en una barca cercana para que les ayudaran. Vinieron y llenaron ambas barcas con tantos peces que las barcas empezaron a hundirse.
Al ver esto, Simón Pedro, dándose cuenta de que estaba en presencia del Mesías, se postró ante Jesús y dijo,
“Señor, apártate de mí; que soy un hombre pecador”.
Santiago y Juan, que eran socios de Simón Pedro en el negocio de la pesca, se quedaron asombrados, al igual que todos los que presenciaron este milagro.
Jesús dijo a Simón,
“No tengas miedo: A partir de ahora serás pescador de hombres”.
Y en cuanto llegaron las barcas a la orilla, dejaron inmediatamente sus redes y las barcas y siguieron a Jesús.